Estamos viviendo unos tiempos turbulentos. La economía del mundo entero tiembla mientras las personas que en ellas vivimos nos devanamos los sesos tratando de solucionar unas crisis económicas y financieras que, aunque en cada país afectan de una manera, las consecuencias son similares en todos ellos: paro y preocupación por un futuro empleo, bajada de los tipos, restricción del crédito… Y las soluciones propuestas pasan también por caminos parecidos.
[Eso sí, es evidente que me refiero a los países del primer mundo, porque lo que es en el tercer mundo están en “crisis” permanente, y si antes los del primero se preocupaban poco realmente por ellos, ahora aún menos, ya que sólo tratan de salvarse a sí mismos.]
Pero no quería hablar de economía. Lo que quería realmente expresar es algo que he oído varias veces, y no sé si realmente es cierto, pero de serlo, los creyentes deberíamos tenerlo bastante en cuenta.
Es el hecho de que en épocas de bonanza económica la gente es “feliz” y no se preocupa por cosas que no puede ver ni tocar. Pero en momentos difíciles como los de ahora, muchas personas se acercan tímidamente a las iglesias (hablo de cualquier tipo de iglesia, sin distinciones entre protestantes, católicas, musulmanas…).
Muchas veces pensaremos que lo hacen para pedirle cuentas a Dios por la situación que estén pasando, para rezarle a las vírgenes y los santos que los saquen de su crisis particular, para pedirle a Alá más de lo mismo…
Pero yo me he estado preguntando en las últimas semanas si no estamos menospreciando la situación que tenemos y no vemos sus posibilidades. Quizá alguien que se acerque tímidamente a una iglesia para ver si Dios puede sacarle de la crisis haciendo que le toque la lotería llega un momento en que se da cuenta de su situación real con respecto a su propia vida. Que está condenado y que un día será juzgado. Quizá entonces se dé cuenta de que necesita a Dios en su vida, y entonces podrá ver que aunque la situación actual no es la soñada, ni la mejor que podemos vivir, no por ello es desesperanzadora. Con Dios en su vida todo es diferente, tiene otro sentido, y aunque no nos promete que todo va a ser felicidad, buenos momentos, facilidades inmediatas para todo y en todo momento, si que nos promete que va a estar con nosotros, sujetándonos cuando caemos. No nos va a proporcionar el empleo de nuestras vidas si creemos en Él, pero sí nos hará ver que cada cosa que sucede tiene una razón, un por qué, un tiempo y una salida y que Él estará ahí para procurar que si resbalamos no caigamos de bruces, aunque a veces deja que caigamos un poquito para ver cuánto estamos dispuestos a ofrecerle…
Entonces, dada esta pequeña pero no por ello improbable posibilidad de que alguien que se acerque para pedir explicaciones acabe conociendo realmente al Señor, ¿qué estamos haciendo los cristianos? ¿Quedarnos como siempre en nuestras iglesias y nuestras casas? Y si, por equivocación o casualidad, alguien entrara en nuestras iglesias en una situación como ésta, ¿cómo lo tratamos? Y si alguien en el trabajo se acerca preguntándonos por qué Dios permite las situaciones de crisis, ¿qué le decimos? ¿Cómo respondemos? ¿O simplemente nos hacemos los locos y tratamos de esquivar todas estas preguntas?
Simplemente pienso que tendríamos que tener cuidado con esto y mucho ojo, porque es cierto que no todo el que entre en nuestra iglesia realmente tiene un corazón receptor pero, ¿por 99 que no estén preparados, vamos a despreciar a 1 que sí lo esté, que realmente esté buscando a Dios hace tiempo y ahora es su momento de enfrentarse a la verdad?
Se dice que en épocas de crisis la fe de las personas aumenta… No sé si esto es cierto, o si por el contrario las personas que tenían algo de fe la pierden pensando que ha sido un “castigo divino”, o pierden su fe porque sus expectativas de un dios no llevaban aparejado momentos difíciles que, sin duda, nadie – y mucho menos Dios- nos ha prometido evitar.
Estaré expectante viendo qué ocurre… Y cómo actuar frente a ello.