
Si el Señor nos da la oportunidad podemos llegar a edades más o menos avanzadas. Los ancianos, las personas en esta etapa, tienen ante sí años distintos, largos y duros. Son años de enfermedad, olvido, abandono, soledad...
De algunos mayores se hacen cargo sus respectivas familias, pero ¿y del resto? En el mejor de los casos, podrán valerse por sí mismos hasta cierto punto y es posible que sólo necesiten ayuda externa para tareas pesadas y que requieran cierto esfuerzo. Pero siempre llega un punto en que ya no son capaces de apenas nada. ¿La salida? Si la familia sigue sin responsabilizarse, o si ni siquiera han llegado a tener familia, el internamiento en un centro de mayores es lo que se ha propagado entre la sociedad. Porque es verdad. La sociedad no se hace cargo de muchas cosas, simplemente las aparca.
Volviendo a los ancianos y los centros para ellos. Cuando llegas allí encuentras muchas caras que reflejan la tristeza en sus miradas profundas, te da cuenta de lo que significa ser mayor. Son personas que han vivido mucho, muchas épocas, muchos cambios, y han sufrido también mucho, como sufrimos cada uno de nosotros. Pero, además, están sufriendo ahora. Se sienten solos, muchos también abandonados, otros, simplemente, o no recuerdan, no oyen, o ya no ven.
Hace muy poco, fuimos con un grupo de adolescentes a visitar un centro de mayores, donde residen y "hacen vida", para pasar un rato con ellos, acompañarles y que pudieran sentir que son valiosos... Al principio, las caras de los residentes eran de sorpresa, si bien les habían dicho que iríamos, muchos no recuerdan siquiera la edad que tienen, dónde vivían antes de llegar allí, o cómo se llaman. Estuvimos hablando con ellos, nos contaron de sus familias, de sus trabajos cuando eran jóvenes... También cómo pasaban allí los días. Es monótono, siempre igual y no hacen grandes cosas. Para ellos, grandes cosas son visitas como la nuestra, que se sale de la rutina habitual, o el menú especial de año nuevo.
Pudimos comprobar que es mucho más difícil de lo que somos capaces de imaginarnos. Que nadie los visite, no hacer nada en todo el día, aparte de dormitar en un sillon y ver algo la tele o bordar un rato. Algún familiar puede que vaya a verlos el fin de semana, pero no todos tienen familia. Muchas trabajaron sirviendo en casa pudientes en las primeras décadas del siglo XX, y para cuando los hijos de sus amos habían crecido, se dieron cuenta de que ya no era momento de buscar un novio para casarse con él y formar la suya propia. A otros, el cónyuge los dejó en los tempranos años de matrimonio, o simplemente no se amaban, y no tuvieron descendencia. Por eso, recibir la visita de un grupo de jovencitos, que voluntariamente quisieron ir allí y estar con ellos hablando tuvo que significarles mucho. Los chicos puedieron pasar tiempo con ellos, cantaron y bailaron y los acompañaron en el trayecto, que para muchos es como cruzar el oceáno, que separa el comedor del salón.
¿Qué me llevo yo de ese día? La sensación de haber hecho bien a gente que lo necesitaba, pero más que eso, la total convicción de que no quiero pasar el resto de mi vida sola. Y que cuando tenga familia, trataré de transmitirles la importancia que tienen las personas mayores, que no son personas "aparcables" a un lado para poder continuar con tu propia vida. No me gustaría que mis hijos me internaran en un centro así, porque aunque se les cuida bastante (en el mejor de los casos) no es comparable al cuidado y el amor que puede ofrecerte tu propia familia.
Emocionalmente fue un día desolador, ya no solo por los que estaban allí, sino también porque ahora me doy cuenta de lo que pasó, antes de partir, un familiar bastante cercano que no llegó a formar familia, y lo que debe estar sufriendo en este instante otro familiar de quien su hijos no se responsabilizan. Es muy fácil "aparcar" a las personas, será porque no lo es tanto hacerse cargo de ellas y de lo que eso supone.
Realmente espero que estas personas que estuvimos visitando sientan que son importantes y valiosos para otros y para Jesús. Unas pocas ancianas eran creyentes, el resto no. Y precisamente para los que no lo son tiene que ser especialmente difícil, ya que es el sentimiento de soledad es el que más sufrirán. Si el Señor me regala tantos años aquí como para sobrepasar la barrera de los 80, espero poder disfrutar del amor de mi familia. Así mismo, espero poder recordar esta visita cuando mis padres lleguen a cierta edad, para también poder enseñar a mis hijos a tratar a los ancianos.
La vida es un regalo que Dios nos da. ¿Cuánto nos regalará?