Ha resultado extraño volver a "dormir" en aquella cama en la que tantas noches dormí de pequeña.
Mientras trataba de dormir, recordaba como por las mañanas me iba con ellos a despertarlos, y me hacían un hueco junto a ellos, como íbamos a darle pan a los patos de los Viveros con el yayo, o a comprar con la yaya al mercado de Ruzafa un sábado por la mañana, haciendo la ruta mercado-horno-quiosco.
Han pasado muchos años de aquello. Y ahora ellos están mayores. Suerte que se tienen el uno al otro, y aún así a menudo me doy cuenta de que pese a que aún pueden compartir sus vidas, necesitan más ayuda. Llevo meses pensando que no quiero envejecer sola, quiero poder crecer junto a alguien y compartir mi vida y mi tiempo con esa persona, crecer juntos en el Señor y que cuando llegue el momento, poder ayudarnos mutuamente. Si una persona se hace mayor sola es mucho más complicado todo. Pero también es cierto que, aunque acompañada, llegará un punto en que ambos no podamos estar solos...
El Señor dirá y proveerá, si es menester...
Aun así, no voy a conseguir librarme de esa imagen tan dura de mi abuelo. Es tan lejana a las de su vitalidad, a sus idas y venidas en bici hasta las Palmeras e incluso casi hasta Cullera, a las de paseos por el parque y jugar con todos nosotros.Está débil, muy débil, pero no se ha ido aún.
Le doy gracias a Dios porque sé que Él es el dueño de los tiempos, y nuestros tiempos no son los suyos. Le doy las gracias también porque me ha dejado disfrutar de todos mis abuelos toda mi infancia, y pese a que el tiempo de que algunos me dejen puede que esté más cerca, sé que sus vidas han sido para Él y le aman. Eso me da tranquilidad.
Señor, sólo Tú conoces los tiempos.